¡WOW, ya es jueves! No lo puedo creer, qué rápido se va la semana y con ella…la vida. Por eso debemos vivir con intensidad cada minuto, disfrutando al máximo.
El día de hoy quiero tocar un tema que me gusta mucho porque es complejo, pero muy común. Y es la CULPA que muchas veces sentimos los papás en cuanto a lo que estamos haciendo con nuestros hijos, sentimiento que traducimos muchas veces en remordimiento, y cuya reacción ante ella es la complacencia, la permisividad o lo que es peor, la indiferencia y que el tiempo lo cure todo.
Sentir culpa o miedo cuando somos padres es normal, tenemos en nuestras manos la vida de un ser humano y esa es una responsabilidad enorme.
Pero, ¿en qué momento empezamos a sentir esto?
La respuesta es sencilla, desde el principio…cuando los padres se asoman a la cuna de su hijo recién nacido, sus ojos son toda ilusión. Ven en aquel niño un horizonte amplio de posibilidades. Es una promesa abierta al futuro.
Consciente o inconscientemente se forjan ilusiones...
Pero a medida que el niño va creciendo y manifestándose, el horizonte se va estrechando. Los padres observan detalles, por lo que sin formularlo mentalmente y sin decirlo con palabras, se empieza a pensar que aquel niño no es tan listo, ni tan simpático, ni tan agradable o tan fuerte como se había soñado.
Es en ese momento cuando se cuela por debajo de la puerta el peligroso sentimiento de la desilusión y el miedo ante lo que se supone que debemos hacer y lo que se espera de nosotros.
El miedo es un aspecto normal y útil de la vida (ya que nos señala lo que es peligroso).
Se vuelve negativo cuando los padres sólo reaccionan desde el miedo, y olvidan virtudes como la confianza y la posibilidad de disfrutar de la vida, dejando de pensar y percibir y tan sólo reaccionando automáticamente con angustia ante la personalidad propia de los hijos.
¡Aceptar a los hijos requiere un inmenso coraje!
Se vale tener ilusiones en cuanto a ellos; se vale tener un proyecto de vida para ellos y por el cual los vamos a guiar mientras nos necesiten para caminar. Lo que no se vale es que todo eso lo hagamos como una proyección sólo nuestra, sin tomarlos en cuenta a ellos.
Tener una ilusión sana por los hijos se fundamenta en aceptar a nuestros hijos como son. Esto es una tarea de todos los días, de todas las horas, una lección que no se aprende de una vez y que supone mucha voluntad y carácter por parte de los padres.
Todo niño, todo ser humano, posee la capacidad de ser persona feliz. ¿No somos nosotros mismos quienes se lo estamos impidiendo con la excesiva ilusión? No debemos tener modelos equivocados resultantes del medio que nos rodea en la actualidad, modelos prefabricados por los medios de comunicación o por la generalidad de la sociedad que fácilmente nos puedan llevar a la desilusión y les pueda impedir a nuestros hijos el crecimiento hacia la madurez.
Una de las claves del éxito personal es la actitud positiva con la cual las personas enfrentan las diferentes situaciones en la vida.
¡Por eso es tan importante que nuestros hijos tengan experiencias de éxito!
Debemos ayudar a nuestros hijos a descubrir sus fortalezas y habilidades únicas, enfocándolos en ellas en vez de destacar sus áreas débiles.
Y así, paso a pasito, combinando nuestra experiencia de vida, el proyecto que tenemos para ellos, su propia personalidad y las circunstancias que lo rodean, iremos adquiriendo las armas que necesitamos para enseñarlos a enfrentarse a la vida y podremos acompañarlos en ese camino para tenderles la mano cuando nos necesiten.
No vamos a dejar de sentir culpa o miedo por momentos pero cuando los veamos ir disfrutando sus pequeñas o grandes experiencias de éxito encontraremos las fuerzas para superar esos sentimientos por un día más.
¡Ánimo papás, no le teman a sus sentimientos, solo EDUQUEN CON LA RAZÓN, USANDO SU CORAZÓN!
Nos vemos….pronto!!!